A mis cuarenta y muchos tacos estoy por ahorrar energías siempre que puedo. Economizo entonces en contenidos utilizando las líneas que les comparto como parte de las conclusiones de una obra que se cuece en el horno editorial Gastro y que con toda probabilidad verán la luz en formato ensayo durante las navidades de este 2024. Mato entonces dos pájaros de un tiro.
La construcción de gastropología es un atrevimiento (provocativo para algunos) que pretende otorgar una categoría al Bar como un espacio social de máximo valor cultural.
Me explico, una sociedad como la nuestra necesita oxigenarse si quiere estar saneada, sus mecanismos en esta tarea son múltiples; teniendo la capacidad de reconstruirse como colectivo en espacios autónomos e independientes. Esa suerte de catarsis comunitaria se fragua distanciándose de las instituciones, que suelen regir las normas de la tribu y que pretenden que todos y en todo momento sigamos las reglas del juego.
Mis estudios están dirigidos hacia la profundización mediante un método analítico y práctico en el uso que le damos al espacio Bar/restaurante, que a mi entender es y debe ser un lugar de transformación socio-política.
Pretendo entonces establecer una redefinición, que quizás no vaya más allá de una propuesta operativa; pero que guarda el objetivo de ayudar a entender la hostelería de una forma más respetuosa con el entorno en el que está inmersa la propia industria y que actúa como palanca para visibilizar la humanidad.
Claro que no voy a ocultar la idea de que el bar (en todas sus variables) resulte más libre, equilibrado y amable con el cliente. Estás, sin duda, delante de una aproximación seminal en la materia, un punto de partida para el estudio del bar/restaurante como fenómeno social, histórico, cultural, económico y sostenible.
Corren tiempos difíciles, momentos en los que las interacciones directas, la comunicación real y el lenguaje físico y corporal (incluyo en este término abrazos, saludos, besos…), están en franco retroceso o, más bien, en peligro de extinción. Todo fluye a la velocidad de un modelo productivo feroz que nos lleva a encerrarnos en casa, a comprar por Amazon, a comer por Just Eat, a charlar por videollamadas, a ver series de Netflix para así tener algo que decir en el trabajo. Pero no te pares, no te entretengas hablando con alguien, la calle es simplemente un tránsito al hogar. Y el bar es y será siempre, como extensión de la propia calle, el lugar donde todo confluye, desde tu jefe hasta el vendedor de cupones de la esquina.
Puede que ese miedo al otro, potenciado deliberadamente durante la pandemia, haya surgido efecto, pero no lo suficiente. Pues el bar, la tasca, la bodega, el restaurante, el mesón… siempre ha estado ahí, resistiendo los envites del tiempo, como el principal núcleo de reunión de nuestra sociedad, igualados todos frente a una copa de vino y un queso fuerte al paladar.
Reivindico el bar como uno de los últimos resortes del humanismo, el espacio donde la semilla de la creación es y puede ser posible en estos tiempos de transhumanismo e incipiente inteligencia artificial. No es mi intención sentar cátedra, simplemente me conformo con plasmar algunas ideas sobre el papel, servir de granito de arena o de acicate para aquellos –sean antropólogos, escritores, artistas, historiadores…– que me quieran seguir. Aunque seguro que alguien ahora mismo está planteando algo parecido.
Es evidente que todo cambia o se transforma a lo largo del tiempo y es inútil, también absurdo, negarse taxativamente al cambio. No obstante, todos podemos o tenemos algo de responsabilidad en poder virar dichos cambios. Porque es propio del hombre consciente transformar o provocar nuevos acontecimientos. La historia debe trascender en los bares/restaurantes porque también ellos son historia, un pedacito de nosotros mismos.
Una sociedad anestesiada es una sociedad que no avanza. El hecho del comer y del beber nos iguala y humaniza. Me cuesta imaginar a la mayoría de la población sustituyendo las comidas por pastillas y complementos alimenticios y que sólo tome agua para beber. Si eso llegara a suceder, ¿qué sentido tendría la existencia si es, como decía Radcliffe-Brown, alrededor del alimento donde los sentimientos sociales producen acciones con mayor frecuencia? ¿No sería rebajar la esencia del hombre a su mínima expresión, sustituir su paladar con argucias farmacéuticas?
“Pues bien. Un sabio de la Antigüedad dijo una cosa muy inteligente —de casualidad, claro está—: «El amor y el hambre son los soberanos el mundo». Ergo: para dominar el mundo – el hombre debe dominar a los soberanos del mundo. […] Es probable que los salvajes cristianos se aferraran obstinadamente a su «pan» movidos por prejuicios religiosos. Pero en el año 35 antes de la fundación del Estado Unido – fue inventado nuestro alimento actual a base de petróleo. Es cierto que sólo sobrevivió el 0,2 % de la población mundial. Pero en cambio – purgada de una mugre milenaria – ¡qué radiante se volvió la faz de la tierra! Y ese 0,2 % – conoció la suprema beatitud en el seno del Estado Unido.”
Y con este fragmento de la novela distópica Nosotros, de Evgueni Zamiatin, cierro estas conclusiones con la esperanza de que no se cumplan sus profecías. Para ello, hay que combinar el amor y la vinculación con el territorio local que circunda nuestros bares, desde nuestro barrio hasta nuestra nación, con el subrayado de la interculturalidad, perdón quería decir la hibridación social. No son incompatibles, sencillamente se complementan. Todo lugar es un centro del mundo, y plasma, a su manera, el conjunto del cosmos. Reconocer un lugar como propio es una forma de conocer y practicar el mundo, el cosmos, la tierra. Nosotros y el lugar estamos hechos de la misma tela.
Uff, se me olvida el porqué del título:
Sería sobre el año 82 cuando César Menotti llegó a Barcelona y se trajo a Maradona a la ciudad.
Por aquellos tiempos mi abuelo me había introducido al universo del fútbol, que como todos saben y respetan tiene su cúspide en el R:C.D Español, club al que me entregué..
Arrepentido, reconozco que traicioné durante un tiempo a mi abuelo y a mi corazón blanquiazul, lo hice enamorado de las gambetas de Diego y también de las sentencias del técnico argento, que me llevaron a coquetear con el club rival; sí ya lo intuyen, el de los innombrables.
Aquel entrenador de corte conquistador e intelectual, se atrevía con frases de esta índole.
“tiene 4 acciones el fútbol: defender, recuperar la pelota, gestar y definir. Y dentro de esos movimientos hay tres razones del juego, que se llaman espacio, tiempo y engaño. Todo lo demás está ligado a esta definición”.
Pues va ser que el fenómeno social requiere de ese ESPACIO (el bar) TIEMPO (personal e intransferible) y ENGAÑO (roles, arquetipos, personajes por los que transitamos) para que se dé la catarsis colectiva.
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